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El que escoge al consejero escoge el consejo

By | Inteligencia emocional, Seguridad en uno mismo | No Comments

Esta imagen hacía tiempo que quería compartirla.

En consulta suelen decirme: «Cuando estoy mal, hablarlo con alguien me va fenomenal»… y sí, hablar con alguien es ventilar y eso es estupendo, pero tengo varias cosas que decir al respecto:
Una de ellas es que como bien dice mi madre: «El que escoge al consejero escoge el consejo», que me parece una realidad aplastante.

Muchas veces hablamos con quien sabemos que nos dirá la verdad nos guste o no, (fantástico), pero en otras ocasiones, consciente o inconscientemente, escogemos a quien sabemos que piensa como nosotros para que reafirme nuestros pensamientos, (sean éstos ciertos o completamente erróneos o improductivos), y eso ya no es tan fantástico…

Así bien, hablarlo con alguien es bueno siempre y cuando valoremos si realmente esa conversación nos dará frutos, porque si en realidad en lo que va a contribuir esa charla es en alimentar nuestro pensamiento negativo, nuestra venganza, nuestro malhumor, nuestro sentimiento de víctima o de miedo… entonces, quizás sería bueno hacer otra cosa…

Este punto es el primero. El segundo es que aunque hablar las cosas con los demás sea bueno, también es cierto que muchas personas sienten que «necesitan» la opinión de los demás para gestionarse, que sin eso no saben por dónde tirar, piensan que por sí solos no saben qué escoger, qué hacer, qué pensar… Hay personas que creen necesitar de los demás para todo y eso ocurre porque ni siquiera se dan la oportunidad de demostrarse que por ellas mismas pueden salir airosas.

¿Cuánto tiempo hace que no te demuestras que puedes con mucho más de lo que te crees?

¿Cuánto tiempo hace que no resuelves tus problemas sin necesidad de recurrir a otras personas? 

No es que quiera animar a nadie a guardarlo todo para dentro y a no compartir, no me malinterpretéis, no es eso en absoluto, pero sí que es cierto que a veces, lo que necesitamos de verdad es detenernos, reflexionar para ver dónde está el problema, para ver si existe, qué podemos hacer con él, cuánto de grave es… y después si eso, hablarlo. Muchas veces dedicamos tanto tiempo a hablar del problema que cada vez parece mayor y más grave, cuando en realidad quizás no lo es en absoluto.
Como dice la frase es bueno que meditemos en nuestra intimidad acerca de lo que nos inquieta y que compartamos lo bueno con los demás. Muchas veces dedicamos muchísimo tiempo a expresar lo malo y ni la mitad para hablar de lo bueno, damos por hecho que así debe ser, que lo bueno, «debe ser», y no es así, también hay que dedicarle su espacio, incluso más.
Es bueno que aprendamos a escucharnos, a discutirnos, a hacernos buenas preguntas, a encontrar respuestas y a buscar soluciones. Y es maravilloso contar con personas que nos ayuden, pero no podemos infravalorarnos, no podemos convencernos de que nosotros no somos un buen apoyo, no podemos demostrarnos una y otra vez que por nosotros mismos no nos valemos.

Soltar… Soltar, ¡Soltar!

By | Inteligencia emocional | No Comments

La de veces que veo a personas que no logran avanzar porque están enganchadas en el pasado… La de veces que veo a personas que creen ser algo que no son porque algún día así lo sintieron, porque algún día se comportaron como tal. Personas que se maltratan porque confunden lo que sienten que son con lo que son, personas que se exigen una perfección inalcanzable y que al no lograrla se culpan sin fin.


La de veces que veo a personas que no avanzan porque de algún modo se aferran a personas, lugares, trabajos o amigos que algún día les hicieron felices, aunque a día de hoy ese trato especial sólo sea un vago recuerdo.
Sí, es cierto, nos cuesta soltar, pero ¿y lo complicado que es vivir aferrado a algo que a día de hoy no tiene ningún sentido?
¿Te sujetan o tú no te sueltas? ¿Crees que ese lazo es imposible de cortar o es que te niegas a ser tú quien lo corte? ¿Realmente crees que seguir así es y será mejor que soltarte?
Sí, lo sé, soltar es difícil.
Aceptar la responsabilidad de ser uno quién toma la decisión es difícil.
Lidiar con el miedo a equivocarse es difícil.
Pero seguir viviendo atado a aquello que nos lastima no es lo que se dice fácil… Que las cosas sean más o menos fáciles no implica que no sean necesarias o buenas para nosotros.
Si necesitas un cambio no pienses sólo en el ahora, no pienses sólo en lo que pasará al momento de tomar esa decisión, piensa en el después, piensa en todo lo que cambiará con el tiempo, eso te ayudará a poder soltar, ver más allá del miedo, ver más allá de la tristeza o la inseguridad nos permite avanzar.

¡¡¡¡A volverse locos!!!!

By | Inteligencia emocional | No Comments

Muchos aún siguen diciendo que al psicólogo van los locos y que ese no es su caso. Respetable es…. ¿Será por opiniones?
En mi opinión, (que también es respetable la mía), al psicólogo van las personas que se arriesgan a sentir, las que quieren y dan lo mejor de sí mismas, las que se cuestionan, las que apuestan por ellas, las que tratan de buscar un sentido de vida mejor porque entienden que la vida es demasiado corta como para pasar los días sin pena ni gloria.
Al psicólogo van las personas que se atreven a reconocer que son humanas, que sienten, que se equivocan, que no saben de todo. Vienen las personas que saben que a veces los humanos necesitan ayuda y que entienden que no hay nada malo por reconocerse humanos y por lo tanto, por qué no buscar esa ayuda allá donde puedan dársela.

Las personas que van al psicólogo son las que no tienen miedo de bucear por su interior, o quizás sí que le tienen miedo, pero aún así son valientes como para por lo menos intentar enfrentarse a él. Vienen las personas que se quieren, las que aunque se encuentren mal, apuestan por ellas y no aceptan vivir de cualquier modo. Las que entienden que si cambios nada cambia y que en su vida nadie más que ellos pueden generar las situaciones que precisan para ver resultados distintos.
Al psicólogo van las personas optimistas, sí, porque aunque ahora puedan verlo todo negro azabache confían en que alguien les ayudará de nuevo a ver luz.
¡Que me llamen loca! A mi la verdad es que me da igual lo que me llamen, sé perfectamente quién soy y me acuesto con la conciencia tranquila cada día. Pero vamos, que si los locos somos los que sentimos, vivimos, arriesgamos, amamos, lloramos, echamos de menos, queremos aprender, queremos mejorar, sentimos miedo porque nos arriesgamos a los cambios y nos negamos a estancarnos… entonces yo quiero ser una eterna loca.
Dicen que cada decisión que tomamos es una declaración de cuánto nos valoramos a nosotros mismos, parece que intentar vivir lo mejor posible y trabajar en descubrir quién somos y qué nos mueve es una buena muestra de amor hacia uno mismo. Si eso es de locos, ¡que lo sea!

Pautas para manejar la impulsividad

By | Inteligencia emocional | No Comments
Nos pasa, muchas veces pensamos y pensamos y al final estamos tan agotados que no pasamos nunca a la acción. En cambio, otras veces no nos detenemos a pensar ni medio minuto, nos dejamos llevar por nuestros impulsos y hacemos o decimos lo primero que se nos pasa por la cabeza.
Evidentemente no todo en la vida es pensar una eternidad para decidirnos, sin duda no lo es, hay cosas que es necesario y/o magnífico hacerlas espontáneamente, es más, esa espontaneidad es algo que nos caracteriza y que nos hace ser especiales, define en parte el quiénes somos. Pero aún así, aunque ser espontáneos puede tener aspectos positivos, muchas otras veces esa impulsividad nos genera situaciones desagradables o complicadas que no nos ayudan a gestionar la relación con nosotros mismos o con las personas que nos rodean.
Hay distintos síntomas que indican que tenemos algún problemilla con el control de nuestros impulsos:
  1. Cuando en general no somos capaces de controlar nuestras conductas y aunque sabemos que algunas de ellas son nocivas para nosotros o para las personas que nos rodean, las repetimos una y otra vez.
  2. Cuando reconocemos que en general no solemos pararnos a pensar antes de actuar, cuando nos reconocemos como unas personas impulsivas que no suelen pensar en las consecuencias de sus actos.
  3. Cuando sabemos que no nos conviene llevar a cabo una acción en concreto porque es dañina para nosotros pero al no hacerlo sentimos un gran malestar que nos empuja a actuar alejados del razonamiento.
  4. Cuando a menudo tenemos sentimientos de culpa, vergüenza o remordimientos después de habernos dejado llevar por nuestros impulsos.
  5. Cuando constantemente cambiamos de actividad, cuando no somos capaces de terminar algo porque ya estamos pensando en la siguiente cosa.
  6. Cuadno tenemos una baja tolerancia al aburrimiento y a la frustración.
  7. Cuando somos incapaces de organizar las cosas y vivimos en un constante «ya veré», sin planificar nada.
  8. Cuando priorizamos más gustar a los demás que sentirnos en calma con nosotros mismos.
Hay algunas pautas que pueden ayudarnos a aumentar nuestro autocontrol:
  1. Aprender a parar y retrasar nuestra respuesta. Parar a pensar y decidir o responder más tarde.
  2. Reflexionar acerca de las consecuencias de nuestros actos y pensar en qué podríamos hacer y cómo.
  3. Detectar los estímulos que nos generan conductas impulsivas y tomar decisiones acerca de cómo necesitamos relacionarnos con ellos.
  4. Tener un teléfono SOS al que llamar cuando nos encontramos presos de la emoción y alejados por completo de la razón.
  5. Desarrollar conductas alternativas y a poder ser incompatibles con nuestra conducta impulsiva. Si por ejemplo es comer podemos ducharnos, pintarnos las uñas, pasear… hacer cosas que sean incompatibles con nuestra conducta impulsiva.
  6. Relajarnos, escoger alguna conducta que nos calme o aprender a respirar y hacerlo para reducir el impulso.
  7. Aumentar nuestro lenguaje interno para tener más mensajes tranquilizadores. Aumentar las autoinstrucciones, (distintos tipos de mensajes que nos ayudan a regularnos, a ser más conscientes de nuestros actos y a decidir mejor). Existen autoinstrucciones de diferentes tipos:
  • Autointerrogación: ¿Qué sería bueno que hiciese?, ¿Puedo hacerlo de otro modo?, Antes de hacer nada voy a pensar, ¿Tendría sentido hacer otra cosa?, ¿Qué he entendido?, ¿Si digo o hago lo que estoy pensando me estaré precipitando? 
  • Análisis de tareas: ¿Ahora en qué debo centrar mi atención?, ¿Cuál es el paso que he dado?, ¿Cuál es el paso siguiente?…
  • Autocomprobación: Repasar los pasos dados para ver si les encontramos la lógica…
  • Autorefuerzo: ¡Ánimo! ¡Lo estás consiguiendo!, ¡Lo estás haciendo bien!…
 
Por último, las personas que intentan hacer cosas para lograr tener autocontrol pero aún así no lo logran quizás sería bueno que se planteasen acudir a un profesional que pudiese facilitarle algunas pautas más personalizadas.

¿Por qué se quejan las personas? Consecuencias negativas del “mal” hábito de quejarse.

By | Inteligencia emocional, Solución de problemas | No Comments

Hay muchas personas que tienen la tendencia molesta de quejarse por cualquier cosa, personas a las que básicamente las escuchamos para decir algo malo que les ha pasado, algo malo que han visto o sentido, algo que les parece injusto, aquello en lo que justo no hemos acertado… la cuestión es la misma: quejarse por lo que sea.  Pero, ¿por qué se quejan las personas?

Los principales motivos por los que las personas se quejan son los siguientes:

  1. Por insatisfacción. No logran disfrutar de la vida, lo ven casi todo feo, normal tirando a mal, insulso o criticable.
  2. Por intolerancia y/o falta de aceptación de la realidad. No aceptan que en la vida ocurren cosas que no nos agradan, y cuando eso ocurre lo viven muy mal.
  3. Por tener demasiados pensamientos de blanco o negro. Si pasa algo malo, la vida es mala. Si alguien hace algo mal, todo lo hace mal, etc.
  4. Por hábito. Por herencia, por imitación de los modelos familiares, o de la pareja o como aprendizaje posterior, han aprendido a enfocar más en lo negativo y a expresar lo que sienten en cada momento para «sentirse mejor».
  5. Por envidia. Tienden a compararse con los que sienten que ganan, con los que son más guapos, los que tienen mejores relaciones sociales, mejor pareja, mejor trabajo, mejor familia, mejor lo que sea. El resultado: ellos siempre están por debajo, la vida sigue tratándolas mal.
  6. Por egocentrismo y falta de empatía. Yo, yo, yo…. Los demás sí pueden sufrir pero, ¿yo? ¿por qué yo?.
  7. Como mecanismo de manipulación. Al quejarme obtengo atención, y/o logro hacer sentir culpable a otro y salir ganando de la situación.
  8. Por escasez de agradecimiento. Conectan con lo malo, se enfocan en todo lo que no les agrada, pero al mismo tiempo dedican poco tiempo o ninguno a agradecer aquello que les agrada de la vida.

 

Sin duda todas las personas tenemos ciertos deseos, ciertas preferencias o expectativas, las tenemos, sabemos que no siempre nos ayudan y que muchas veces ellas son las causantes de que vivamos algunos líos, pero ahí están.

El problema está en que la vida no siempre coincide con lo que esperamos de ella, y cuando eso ocurre, entonces damos rienda suelta a la queja. Nos quejamos de la conducta de las personas, de nosotros mismos, de las cosas que vivimos que no nos agradan o que nos parecen injustas, nos quejamos de la vida, nos enfadamos y por supuesto lo verbalizamos.

Muchas personas sienten constantemente que la vida no es justa con ellas, ven la vida desde un punto de vista negativo y evidentemente se comportan en base a esas creencias, (la vida no me parece justa y lo digo, me quejo, lo extraño sería que hiciesen otra cosa). Normalmente se quejan con el fin de buscar en los demás la compasión y la validación emocional, quieren (consciente o inconscientemente), que los demás reconozcan que efectivamente, la vida es injusta con ellos.

Las personas que suelen quejarse en exceso tienden a percibir la vida plagada de dificultades, y puede ser cierto en algunos casos, pero también ocurre que en muchos otros, esa percepción es más subjetiva que real. Es cierto que la mayoría de las veces las personas que se quejan no son conscientes de ello, los que lo notan son los que lo viven a diario, que además suelen encontrarse en la difícil situación de que si lo dicen, si manifiestan su desagrado por el continuo quejido entonces la persona «afectada» de nuevo afianza ese sentimiento de incomprensión y de que la vida no es justa para ellos, (no me entienden, y además si me quejo me critican…).

También es verdad que aunque al principio las quejas eran por «motivos justificados», con el tiempo el que descubre en la queja un método de obtener atención lo usa cada vez más por cosas triviales, llegando a destacar el aspecto negativo en casi todo lo que le rodea. Además, también suele darse la coincidencia de que las personas  con «menos suerte» en la vida, muchas veces no se quejan prácticamente, suele ser porque han entendido que el quejarse no les ayuda a resolver el problema sino más bien al contrario, esas personas al final han aprendido que quejarse no está relacionado con el problema en sí, sino más bien con su forma de relacionarse con aquello que les desagrada y con lo que de un modo u otro no les hace sentir bien.

Hay que tener cuidado con las quejas porque conllevan distintos aspectos negativos:

  1. Empeora nuestro estado de ánimo.
  2. Dificulta el buen fluir de nuestras relaciones.
  3. Paralizan. Nos generan sentimiento de indefensión cuando en realidad muchas veces tenemos mucho que poder hacer para que las cosas no sean como son, (aunque sólo sea cambiar nuestra actitud ya tenemos algo que poder hacer).
  4. Desgastan. Nos dejan sin energía.
  5. Nos llevan al problema y no a las soluciones.

Lo cierto es que a parte de un desahogo momentáneo no le veo demasiados aspectos positivos a las quejas, por lo tanto, cuando vayamos a quejarnos, antes de hacerlo quizás sería bueno que nos cuestionásemos para qué lo haremos, si realmente tenemos motivos para quejarnos y/o qué esconde esa queja que muy probablemente sería bueno que trabajásemos, (intolerancia, insatisfacción personal o con la vida, etc).

Tenemos pendiente aún llevar a la vida con mucho más ímpetu el arte del agradecimiento. Si nos centrásemos más en agradecer nos quejaríamos menos. Comprueba a ver si puedes hacer las dos cosas al mismo tiempo.

 

 

¿Enfadarse con cualquiera y por cualquier cosa? ¿Para qué?

By | Inteligencia emocional | No Comments

Este fin de semana tuve un encontronazo con un taxista, (quede claro que mi opinión de los taxistas es buena, como la de los demás seres humanos). Bien, yo iba conduciendo con mi moto cuando él decidió cambiar de carril hacia el mío sin más, sí, puso el intermitente, pero eso no hace que pudieses cambiar de carril sin valorar al resto de conductores, la velocidad de ellos, que si cambiaba de carril yo concretamente podía tener un accidente con él…
En el semáforo bajó la ventanilla y enfadado me empezó a culpar, «¿No has visto el intermitente? yo voy por delante de ti…. Bien, la cosa es que él estaba en su enfado y yo en mi calma de sábado por la mañana, ni por asomo le iba a permitir alterar mi calma, eso seguro. Al fin y al cabo, no sé ni su nombre, ¿para qué le voy a dar a un desconocido total el poder de alterar mi estado emocional y mi día? ¿Qué sentido tiene eso?
Le contesté automáticamente que lo sentía mucho, (vi claramente que mi intención no era tener un sábado por la mañana de discusión con un desconocido y que esa discusión con él no me iba a llevar a ningún sitio que no fuese la discusión absurda y el enfado, él quería tener la razón). 


Todo y pedirle disculpas me dijo: ¡No! Disculpas no! Es que tienes que fijarte…. Y dije: Perdóneme pero no puedo hacer más que lo que he hecho que es pedirle disculpas. La verdad es que ahí se calmó y me hizo un gesto con la mano en son de paz, el semáforo se puso en verde y yo seguí con mi sábado de relax contenta de mi respuesta y de haber priorizado mi meta por encima de la meta de un desconocido.
¿Para qué enfadarme con él? ¿Para qué alterar mi sábado?
¿Para qué enfadarme en general?
¿Qué es lo que logras después de cargar la culpa a otro?
Pocas veces nos enfadamos en el momento adecuado, con la persona adecuada y en la intensidad adecuada, en general si nos enfadamos a menudo es porque algo tenemos que resolver en nuestro interior que otros por desgracia pagan de más, (y nosotros mismos también, sin duda).
Hay que empezar a trabajar esto del enfado, el cómo gestionarlo y sobre todo es útil empezar por entender que el mayor afectado es uno mismo y que para estar contentos con nosotros mismos deberemos empezar por estar contentos también con lo que hacemos.

Por no parecer desagradables se nos va llenando la vida de personas que nos sobran

By | Inteligencia emocional | No Comments

A veces nos pasa, suena un poco brusco, lo sé, pero la realidad es que ocurre más veces de las que nos gustaría.
«Es que me sabe mal», «Es que, ¿cómo voy a decírselo?», «Es que, ¿y si le sienta mal?», «Es que no puedo no ir», «Es que no puedo decir que no», «Es que…»

Es verdad que hay veces que no nos queda más que adaptarnos a personas que no nos gustan demasiado, es verdad que a veces no podemos elegir del todo quién sí y quién no está en nuestro día a día, casos como: el jefe, el/la suegro/a, el/la cuñado/a, el/la mejor amigo/a de la pareja, el/la vecino/a, algún/a compañero/a de trabajo…, de un modo u otro, nos guste más o menos, con estas personas tendremos que aprender a convivir. (Cogido con pinzas esto que acabo de decir, porque si realmente las conductas de esas personas son terribles, no sólo visto por mi sino que es verdaderamente objetivo que su conducta es negativa, entonces quizás no hace falta en absoluto plantearse esa obligatoriedad de convivencia). 


Bien, decía… Hay personas con las que por placer o no, aprenderemos a convivir por nuestra salud mental, pero en cambio hay otras que a día de hoy su presencia en nuestra vida ha perdido todo el sentido posible para nosotros, y que a demás no sólo no nos suman sino que además nos restan totalmente. No importa cuánto de importantes fueron en el pasado, (antes, cuando eramos súper parecidos, antes, cuando no había un abismo entre ella y yo…), la cuestión es que si a día de hoy nada me uno y todo me separa, ¿por qué sigo queriendo mantenerme ahí?, ¿por qué sigo manteniendo ese contacto si cada vez que lo tengo la resaca es mayor? La pregunta del millón evidentemente es: ¿PARA QUÉ?, ¿para qué seguir priorizando a personas que hoy en día no sólo no me aportan sino que además me chupan energía o me la contaminan? ¿Para qué regalar parte de mi escaso tiempo a alguien con quien ya no me aporta compartir?
¿PARA QUÉ?

Evidentemente a nadie nos gusta que nos aparten, del mismo modo que a nadie nos gusta apartar a personas y saber que les haremos sentir mal. Pero entonces, ¿cuál es el plan? ¿las cambiamos para que nos gusten mínimamente? ¿cambiamos nosotros, nos adaptamos a ellas?

Hay que aceptar que en la vida unos te amarán por unas cosas y otros te rechazarán justo por lo mismo, no podemos gustar a todos del mismo modo que no puede gustarnos todo el mundo, y no parece tener demasiado sentido que teniendo en cuenta que la vida es limitada, prioricemos a las personas que hoy no nos aportan y vayamos por la vida como regalando tiempo porque nos sobra, lo cierto es que no vamos muy sobrados ahí, hay que ser consciente de ello.

Consecuencias de no saber decir «no»

By | Autoestima, Inteligencia emocional | No Comments

Es verdad que cuando no decimos que no, cuando no decimos que no estamos de acuerdo o cuando no hacemos algo distinto de lo que se espera de nosotros y todo nuestro entorno está en calma, para nosotros eso supone un alivio.
Es cierto que a corto plazo ese callar o ceder nos resulta beneficioso, ahora bien, ¿Qué pasa a largo plazo cuando no somos asertivos? ¿Qué pasa cuando no ejercemos nuestro derecho a decir no?


– La primera y más importante de las consecuencias de no expresar lo que sentimos, pensamos o deseamos es que afecta a nuestra autoestima, se resiente. De primeras no nos tenemos en cuenta, no nos priorizamos y lo sabemos. Además de afectar a nuestra autoestima también sufrimos otras consecuencias:
Aumenta nuestro sentimiento de inferioridad, nos creemos cosas como que somos menos capaces.
Aumenta la probabilidad de que de pronto estallemos por acumulación y tengamos una reacción desmesurada ante una situación «normal».
– Lleguemos a ser más duros con las personas a las que no queremos ni queríamos herir.
Más problemas interpersonales al no ser del todo sincero con las personas y éstas en realidad andar perdidas y no disponer de toda la información.
Ira o rencor «interior o exterior» hacia aquellas personas que «desde nuestro punto de vista» no nos permiten ser nosotros mismos, (aunque en verdad no sea así).
Sentimiento de insatisfacción. Al no expresar sus deseos y terminar haciendo sobre todo lo que otros desean o lo que se espera de ellos sienten que nunca hacen lo que en realidad querrían o les gustaría hacer.
Sentimiento de culpa (y como yo digo perlitas o incluso insultos potentes de nosotros mismos) que cargamos y que nos regalamos por no sentirnos capaces de hacer otra cosa. Fustigarse a base de bien.
Soledad emocional. Al final al no expresar la verdad nos sentimos mal pero nadie puede entendernos.
Malestar emocional: las personas que sienten que en general no se respetan, ni se priorizan, ni se garantizan cosas agradables suelen tener mayores niveles de irritabilidad, tristeza, desesperanza y/o ansiedad.

Por último, al estar siempre ahí muchas veces se tiende a abusar de esa situación y muchas personas nos exprimen demandando de nosotros el máximo sin ponerse en nuestro lugar.

Bien, parece que siempre decir que «no» agota, y tampoco es necesario, pero no decirlo nunca no parece tampoco que sea demasiado bueno. Habrá que plantearse hasta qué punto vivimos lo que queremos vivir o hasta qué punto dejamos que otros decidan nuestros pasos del día a día.

Centrifugar, el nuevo término para referirse a la rumiación

By | Inteligencia emocional | No Comments

Tengo una paciente muy maja de Madrid que llama a la rumiación centrifugar, me gusta la expresión porque lo cierto es que es un buen símil. Rumiar es como girar y girar en torno a unos mismos pensamientos, retorcer y retorcernos entre todo lo que hay en nuestro interior.
La verdad es que cualquier persona puede identificar algún momento de su vida en la que su conducta con respecto a sus pensamientos fuese la rumiación.

A menudo, cuando los pensamientos nos asaltan y nos avasallan nuestra conducta más habitual es la de «centrifugar», lo que los psicólogos llamamos rumiar, obsesividad, mortificación, inquietud, taciturnidad, tener pensamientos circulares. Lo cierto es que esa es la conducta que nos han enseñado para gestionar nuestros pensamientos, pero no es demasiado adecuada porque no parece tener demasiados buenos resultados. En el lenguaje común rumiar muchas veces implica sopesar o reflexionar, lo que parece una buena forma de tener en cuenta aquello que nos preocupa. Para los psicólogos no es así.
La rumiación se refiere a la clase de pensamiento en la que uno se enfrasca en un pensamiento negativo, repetitivo, prolongado e inútil. Cuando no se piensa en el problema concreto o en las posibles soluciones existentes a nuestro alcance que podrían solucionarlo. Esta forma improductiva de rumiación no sirve de ayuda. Los pensamientos no paran de dar vueltas en nuestra cabeza, no resuelven nada y terminan haciéndonos sentir peor.
Podemos rumiar sobre muchas cosas: emociones negativas; problemas corrientes; acontecimientos estresantes del pasado; desastres futuros…los psicólogos identifican diversas clases de rumiación en las que los temas son diferentes, aunque el estilo de pensamiento siempre es el mismo en cada caso.

Las distintas clases de rumiación existentes son:
1- Rumiación sobre la tristeza y la depresión
– Pensamiento improductivo y repetitivo sobre los sentimientos de tristeza, melancolía y rechazo.
– Mortificarte por lo agotado y apático que te sientes y la causa de que te sientas mal.
– Ponerte nervioso por la terrible situación que sobrevendrá si sigues sintiéndote tan mal.
– Obsesionarte con preguntas sin una respuesta clara, como: “¿Qué he hecho para merecer esto?” o “¿Qué es lo que me pasa?”
2- Rumiación sobre la ira
– Darle vueltas a lo enfadado/a que estás y a la situación o acontecimiento que ha provocado tu enfado.
– Reproducir una y otra vez el incidente en tu cabeza.
– Obsesionarte por lo injusto de la situación y el mal comportamiento de los demás.
– Fantasear con la venganza.
– Tener repetidas discusiones mentales con personas.
3- Rumiación sobre desastres futuros
– Inquietarte por las desgracias que podrían ocurrisrte a ti o a tus seres queridos: enfermedades, accidentes, pérdida del trabajo, fracaso escolar, problemas económicos o de pareja u otras cosas.
– Preguntarte: “Y si…?” e imaginarte escenarios desastrosos a continuación (“Y si me despiden?”)
4- Rumiación sobre problemas actuales o acontecimientos pretéritos
– No parar de repetirte que el problema o suceso estresante fue completamente por tu culpa (aunque no lo fuera).
– Darle vueltas a la idea de que siempre te pasan este tipo de cosas, que eso va a arruinar tu vida y que no puedes afrontarlo.
5- Rumiación sobre las relaciones sociales
– Inquietarte u obsesionarte por tu conducta con los demás, no vayas a decir lo que no debes o parecer tonto u ofender a alguien.
– Reproducir la conversación o interacción en tu cabeza.
– Imaginar sin parar lo que deberías haber dicho o hecho.
– Ponerte nervioso/a por lo que los demás piensen de ti.

La rumiación es una trampa psicológica en la que podemos caer debido a los beneficios inmediatos y a la ilusión de que debería ser útil. Pero el precio es alto. Aunque sea muy perjudicial la ejercitamos. Existen diversos motivos para ello:

  • Creemos erróneamente que rumiar debería ayudarnos. Parece como si en realidad la rumiación nos invita a la resolución de problemas, pero no es así, empeora los estados de ánimo negativos, mina nuestra motivación para actuar de manera constructiva, aumenta la probabilidad de que hagamos cosas de las que luego nos arrepintamos, afecta a nuestra resolución de problemas y mantiene nuestro cuerpo en un malsano estado de tensión.
  • La rumiación proporciona una protección temporal frente a las emociones dolorosas. Cuando alguien ha hecho algo que hiere nuestros sentimientos, rumiar sobre lo mal que se ha comportado esa persona nos hace sentir furiosos, aunque la furia sea desagradable, nos distrae del dolor de nuestros sentimientos heridos.
  • La rumiación nos distrae de la conducta constructiva, aunque difícil. Imagina que eres responsable en parte del episodio en el que tus sentimientos fueron heridos. Quizá la otra parte no sea totalmente culpable. Para arreglar la relación, tal vez fuera necesario sacar el tema y hablar con la otra persona para disculparse o para cambiar de comportamiento. Esto puede resultar embarazoso y doloroso. Mientras permanezcas absorto en la rumiación, no tienes que afrontar la necesidad de hacer algo difícil.

Tenemos que escuchar a nuestra mente, sin duda, y muchas veces tendremos que detenernos a reflexionar y a ordenar nuestros pensamientos, pero es bueno no caer en la angustiosa e improductiva rumiación porque de ella sólo salimos más cansados, más liados aún que antes de empezar y con mayor sentimiento de malestar.
Si algo nos preocupa es bueno preguntarse cuál es el problema, si hoy existe, si hay algo más que nosotros podamos hacer y si es o no nuestro. Una vez identificado el problema ya podremos empezar a contemplar soluciones.

 

A. Baer. Ruth.(2014) Mindfulness para la felicidad. (pp.56-62) Barcelona. Ediciones Urano. 

El enfado

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Kassinove y Sukhodolsky (1195) definieron la agresividad como un estado emocional subjetivo.
Ese estado emocional subjetivo varía en intensidad, en duración y en frecuenciaAdemás, no todas las personas sienten los mismos cambios fisiológicos ni tienen las mismas respuestas conductuales, no todos reaccionan igual en una situación de enfado.
H.G.Bohn dice: «La agresividad comienza con la locura y acaba con el arrepentimiento«.
La mayoría de las personas que se enfadan no son conscientes de que su agresividad es exagerada, ni de que va más allá de lo considerado como «normal».
Esto es importante, porque las personas que las rodean, a menudo también se enfadan o entristecen creyendo que lo hacen a consciencia y/o con mala intención, creen que podrían hacerlo de otro modo y que aún así les dan igual las consecuencias que sus comportamientos puedan tener en los demás. Esto no suele ser así.
Del mismo modo que las personas que se enfadan no suelen ser conscientes, (al menos no en un primer momento), de la desproporción de su respuesta, tampoco suelen conocer las consecuencias negativas a corto y largo plazo de su agresividad.
En la vida, hay más personas inhábiles que malvadas, con esto quiero decir que a menudo, las personas que responden con enfado lo hacen porque no saben cómo interpretar mejor las situaciones o porque no saben cómo gestionar mejor sus emociones, no conocen otro modo de responder más adecuado y sano para gozar de una buena opinión de sí mismos y/o de buenas relaciones con los demás.
 
¿Que no sepan cómo hacerlo mejor, quiere decir que haya que permitirlo todo? EN ABSOLUTO. 
No quiere decir que tengamos que permitir y disculpar cualquier conducta inadecuada, pero es importante por lo menos para nosotros y para las personas que se enfadan a menudo, que eliminemos la intención negativa en sus actos. No es lo mismo pensar que pretenden hacernos daños que pensar que nos han hecho daño sin querer.
Marco Aurelio decía: Cuanto más dolorosas son las consecuencias de la agresividad que sus causas. ¡Cuánta razón tenía!
A toro pasado, las personas suelen ver que su respuesta era totalmente desproporcionada en ese momento, que no había pasado nada tan grave como para comportarse de ese modo, y mucho menos como para generar sentimientos negativos en personas a las que quieren, o simplemente en personas que se han cruzado con ellas por la vida.
A toro pasado, se dan cuenta de la importancia de la paciencia, de la importancia del parar y pensar, de la importancia del salir de la situación para no llevarla al máximo, de la importancia de la racionalidad en los juicios de las situaciones, de la importancia del amor hacia uno mismo y hacia los demás.
No es fácil a veces no caer en las expectativas y en los juicios subjetivos de las situaciones, lo sé, pero es cierto que si uno siente que se enfada más de la cuenta, o si se lo dicen otras personas, si las consecuencias de esos enfados pueden llegar a implicar la pérdida de relaciones valiosas, recomiendo que la persona acuda a un profesional para que le ayude en la gestión de esas situaciones diarias, ganará en salud y en bienestar y hará ganar a las personas que le rodean. No es fácil, ¡pero se puede!