Monthly Archives: enero 2016

Para sanar una herida, hay que dejar de tocarla

By | Amor, Autoestima, Rumiación | No Comments

Para sanar una herida, hay que dejar de tocarla. Así es, ¿no?

Resulta complejo, todos sabemos que cuando algo nos hace daño, dejar de pensar en ello no es tarea fácil.

Somos conscientes de que para poder salir del bucle en el que estamos inmersos, necesitamos incluir otros pensamientos, hacer otras cosas, salir, activarse, sentirnos mejor al fin y al cabo, pero… ¡RESULTA TAN COMPLICADO!

Los pacientes dicen: la teoría me la sé, pero…

Sí, para poder sanar una herida, hay que dejar de tocarla, necesariamente.

Made with Square InstaPic¿Cómo empezamos a hacer eso? Aceptando la realidad, nos guste más o menos, la realidad es que es esa, no es otra. Aceptarla siendo realistas, no negativos, sino realistas, sinceros, ¿te duele? Sí, ¿Pero… es grave? No, ¡Ah!, ¿entonces sólo necesitas tiempo, no?, sí, supongo que si…

Si tenemos la clave para poder curarla, ¿por qué la infectamos? no tiene mucho sentido, ¿no?

Lo hacemos porque no es fácil, lo sé, (los psicólogos también vivimos experiencias que no son de nuestro agrado, ¿creíais que no?, pues sí, no estamos exentos de ellas).

Sabemos que en ocasiones pedimos cosas que resultan complicadas, pero, sabemos porque las pedimos, sabemos que son útiles, sabemos que curan, y nos encanta curar. Esa es nuestra devoción.

Para sentirse bien, uno tiene que tener la percepción y/o la convicción de que se quiere, se cuida, o por lo menos lo intenta, pero si tenemos una herida y la solución para ella, y no la empleamos, ¿creéis que sentimos que nos estamos cuidando bien?, la verdad es que no.

Aceptar una herida, implica muchas cosas, quizás perdonar a otro, o a nosotros mismos, aceptar que nuestros deseos no van a ocurrir, aceptar un final, llorar, enfadarse, despedirse, etc. No es fácil, lo sé, pero… y seguir tocándola, ¿lo es? no.

No podemos escapar de las desgracias, de las tragedias, de las heridas o de las malas experiencias, forman parte de la vida, pero lo cierto, es que las alegrías, el amor, las personas, las aventuras, los sueños, las ilusiones o los planes, también forman parte de la vida. Cuando algo nos duele, no somos conscientes de esas cosas, además es como que no queremos ni verlas, ni creer en ellas, pero están, la vida también las contiene, y aunque tengas una herida, tienes motivos para levantarte, para agradecer, para reilusionarte y para seguir fluyendo.

Toca las heridas que tengas, no las ignores, si no tampoco las estarás curando, dales tiempo, dátelo a ti también, todo pasa, SIEMPRE, pero no solo las toques a ellas, toca también otras cosas, observa otras fuentes, las partes sanas, seguro que las tienes, búscalas.

Si lo que quieres es que tu herida se cure, permíteselo, deja de tocarla y de infectarla, no la hagas más grande, airéala, sal a la calle, pide consejo, o trata de olvidarte de ella algunos momentos. Cambia tu foco de atención, préstaselo a otras cosas.

Mira al futuro con curiosidad, convéncete de que te curarás, de que en la actualidad, hay cosas en tu vida que son más importantes que esa herida, recuérdate que aparecerán de nuevo más aventuras maravillosas, se justo, no sólo observes el dolor, te  mientes cuando haces eso, se menos duro contigo mismo y con tu experiencia.

Necesitamos aprender que la vida no es un mar en calma, en ocasiones aparece el oleaje, y tenemos remos, no han desaparecido, podemos mantenernos a flote hasta que vuelva la calma, podemos y debemos, así que:  ¡adelante!

La mejor mercromina para las heridas del alma, es una autoestima sana, es encontrar el sentido de las experiencias que vivimos, es darse cuenta de que aunque acumulemos muchas, el sentido de la vida sigue siendo vivirla y que nosotros nos garanticemos vivirla bien.

¡Ánimo!

 

 

 

¿En qué consiste la tan extendida empatía?

By | Empatía | No Comments

Hoy hablaré de la empatía, gran parte del contenido de este artículo ha sido extraído del libro “La empatía. Entenderla para entender a los demás” de Luis Moya Albiol. ¡Recomendado!

La empatía es un término muy utilizado en los últimos tiempos, usamos este término para referirnos a muchos ámbitos, el novio o la novia, el jefe o jefa, los padres y las madres, los amigos y las amigas, etc. En principio, todos sabemos a qué nos referimos cuando lo nombramos o escuchamos, pero a veces, los psicólogos vemos en consulta que existe confusión en su significado.
La empatía consiste en ponerse en el lugar de los demás, tanto desde el mundo de las ideas como desde el mundo de las emociones, es decir, qué pensamos que piensa el otro teniendo en cuenta su forma de pensar y de interpretar, y cómo nos sentimos ante lo que les ocurre. La empatía se refiere a ponerse en el lugar del otro pensando y sintiendo como él piensa y siente. No se trata de entender al otro desde nuestra forma de entender el mundo, sino de entenderle desde la suya, es una diferencia sutil, pero es enormemente relevante. Cada uno tiene sus esquemas o mapas mentales como decía en otro post, por lo tanto cada uno piensa y siente un mismo suceso de forma distinta, si tratamos de entender al otro pensando desde nuestro esquema puede que no lleguemos a comprenderle, por lo que puede que no le seamos de ayuda ni aunque quisiéramos hacerlo.
La empatía, nos caracteriza por naturaleza, lo seres humanos lo somos en mayor o menor medida, nacemos con una predisposición biológica a serlo. La diferencia en el grado de empatía entre personas, la encontramos en las experiencias vividas y el ambiente en el que nos desarrollamos, en todos los hogares no reina la libertad para expresar las emociones, los sentimientos y los pensamientos, por lo tanto, existen diferencias en el desarrollo de la empatía entre unas personas y otras.

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Si nos cuesta poner nombre y entender lo que nosotros mismos sentimos, no hablemos de lo complicado que puede ser entonces entender a los otros. La buena noticia es que del mismo modo que podemos aprender a comprendernos y a cambiar, podemos aprender a comprender mejor y más a los demás, (si uno quiere…, claro…).
En cualquier caso, decía que tenemos una predisposición biológica, y lo afirmamos por los datos de investigaciones científicas de neurociencia y por la observación de la conducta de las personas. En general, tendemos a angustiarnos ante el dolor de otras personas, y actuamos para tratar de terminar con lo que les causa ese dolor, intentamos buscar soluciones a sus males. Esta conducta, en ocasiones la llevamos a cabo incluso si realizarla implica un riesgo para nosotros mismos. Por ejemplo, si vamos por la calle y un niño se escapa tras el balón hacia la carretera, correríamos tras él, incluso con el riesgo de ser atropellados; si estamos en la playa o en la piscina, y vemos a alguien que se ahoga, iríamos a socorrerle, incluso con el riesgo de ahogarnos nosotros; si vemos a alguien pegando a otro en la calle, “normalmente” tratamos de separarles o de poner fin a la discusión, incluso aunque puedan agredirnos a nosotros, etc. Aunque ayudar a otro y evitar su dolor implique riesgos para nosotros mismos, tendemos a responder de forma natural de forma empática y protectora.
El primer uso de la palabra empatía fue en el 1873, en la tesis doctoral de Robert Vischer (1847-1933) con el término alemán Einfühlung, «sentirse dentro de». Theodore Lips (1851-1914) promovió el término resaltando la imitación que algunas personas hacen de otras. Según su teoría de la compenetración, la percepción de la emoción de otra persona despierta en nosotros los mismos sentimientos.
En muchas situaciones nos contagiamos de las emociones de las personas que nos rodean, tanto de las buenas como de las malas, si nos dice una persona querida que ha encontrado un empleo, que ha conocido a una persona que la hace feliz, o que va a ser padre, por ejemplo, solemos alegrarnos, su felicidad nos llega e incluso nos brota como si fuese nuestra, por otra parte, también ocurre en las situaciones de dolor, por ejemplo si nos dicen que han perdido el empleo o que ha fallecido alguien a quién querían, esas noticias nos contagian su dolor y sufrimiento. Ese contagio lo vemos claramente ante emociones, pero no es preciso que exista emoción para que el contagio tenga lugar, las expresiones y los actos reflejos también se contagian, lo vemos fácilmente en el «reflejo de bostezo», cuando alguien bosteza, nos entran unas ganas de bostezar que no podemos evitar.
«El contagio emocional no lleva necesariamente a la empatía, aunque podríamos decir que es su antesala.»
Para comprender qué ocurre cuando se produce el contagio emocional, los investigadores han explorado qué áreas cerebrales y qué neuronas están implicadas. De esas investigaciones se descubrieron las «neuronas espejo», neuronas que se activan al observar la conducta o emociones de los otros, son neuronas que reflejan lo que observan, se comportan como un espejo. Se ha descubierto que en las personas más empáticas, las neuronas espejo se activan con mayor intensidad. Lo curioso de estas neuronas, es que influyen en nuestro día a día, si nuestro entorno se siente mal y lo transmite, nos contagia, y si se sienten bien, nos contagian también la positividad.
La empatía tiene enormes beneficios, tanto para nosotros mismos, como para las personas que nos rodean. Ser empáticos nos hace más humanos, nos permite entendernos mejor, comprender más nuestras emociones y nuestra manera de responder ante las experiencias del día a día, nos humaniza y nos conecta con los otros. Por otra parte, vivir al lado de alguien empático, implica sentirse escuchado y entendido, implica poder charlar con libertad sin sentirse juzgado, y nos ofrece calma porque sabemos que querrán ayudarnos y estar en mejor condición para hacerlo.

Cómo construimos problemas

By | Solución de problemas | No Comments

Sigo con Virgile Stanislas y su libro “No hay problemas, hay soluciones”, en este caso voy a hablar de cómo construimos problemas o cómo los interpretamos las personas.

Lo cierto es que como ella dice, los problemas no son como gotas de lluvia (o como el granizo) que nos caen encima, los problemas requieren de nuestra participación en su creación, desarrollo y consolidación. A menudo, sólo cuando el problema nos resulta insoportable hacemos algo con él, eso suele verse bastante en consulta, las personas acuden más porque un problema ha estallado o está a punto de estallar que porque empiezan a detectar un problema y les gustaría que no estallase. A esa manera común de responder los psicólogos le llamamos reactividad, que consiste en dejarse llevar sin contemplar las consecuencias de nuestras elecciones y responder y buscar soluciones sólo cuando ya tenemos el problema encima, ésta forma de reaccionar nada tiene que ver con la proactividad, en la cual las personas, para que las situaciones no deriven en problemas, se anticipan y tratan de lograr que las situaciones que se les plantean terminen bien, o lo mejor posible, (si veo venir un problema, trato de evitar que aparezca).
El problema de responder de forma reactiva, es que como bien todos sabemos, cuando nos ha estallado un problema, (o varios), nuestra comprensión de éstos se ve enormemente perjudicada, es como si tratásemos de pensar con migraña, o como si quisiéramos encontrar una aguja con unas gafas sucias y empañadas, no estamos en la mejor de las condiciones para garantizar la solución. Ahora bien, como el problema sigue estando ahí, y nosotros seguimos necesitando una solución para él, nos apresuramos a buscar soluciones, (ya, urgente, la que sea, “lo necesito”), y a menudo suelen ser ineficaces.
Al no resultarnos útiles, al ver que el problema no se resuelve y al sentir cada vez mayor malestar, nuestra reacción suele ser la de aplicar las mismas soluciones elegidas pero esta vez con mayor insistencia, o bien nos rendimos dejando paso a la indefensión y de nuevo al papel de víctima, (por favor, que alguien venga a resolverme esto).

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Suele pasar, (todo y que pueda resultar muy sorprendente), que lo que no se nos pasa por la cabeza es plantearnos otras soluciones, o bien cuestionarnos si realmente hemos comprendido el problema y por lo tanto cuáles podrían ser las soluciones adecuadas.
Lo cierto es, que a veces, una de las cosas más difíciles es comprender bien el problema, y todo y la complejidad que puede implicar esa comprensión, resulta necesaria para poder actuar de forma adecuada. A veces vemos problemas donde no los hay, o creemos que el problema es uno cuando en realidad es otro, y esos detalles marcarán la diferencia.
La comprensión del problema en ocasiones resulta compleja porque entrama muchos factores, otras personas, sentimientos, pensamientos, cansancio y nuestros propios “mapas mentales”.
En cuanto a los mapas mentales, muy importantes en este punto, los nuestros, los vamos construyendo desde la infancia, y el problema es, que como en los mapas de carreteras, a veces habrá que actualizarlos para que nos resulten útiles, si no los vamos revisando y actualizando, no nos conducen por el buen camino. Cada uno tiene sus propios mapas, (que por suerte pueden ir cambiando en función de nuestras experiencias), de ellos percibimos y entendemos el mundo, las relaciones y nuestra propia historia.
Así, construimos una representación de lo que percibimos de la realidad en base a nuestras creencias, valores, esquemas cognitivos y el sentido que le damos a la vida, a través de nuestras experiencias. Como bien dice Alfred Korzybski: “el mapa no es el territorio”, nuestra representación interna del mundo es distinta de la realidad.
En el primer post que escribí de referencia al libro de Virgile Stanislas decía que buscar la causa del problema no nos ayudaba a resolverlo, rumiar como todos sabemos, no es bueno, no nos ayuda ni a sentirnos mejor ni a movilizarnos, pero darnos un momento para plantearnos si realmente existe o no un problema, o bien si lo hemos construido nosotros mismos por la influencia de nuestros mapas, sí que resulta interesante y útil.

La estrategia del avestruz ante los problemas

By | Rumiación, Solución de problemas | No Comments

Siguiendo con las reflexiones del libro de “No hay problemas, hay soluciones de Virgile Stanislas, en cuanto las personas detectamos un problema o una situación desagradable, otra de las repuestas comunes que las personas solemos emplear frente a los problemas es adoptar la estrategia del avestruz, lo que quiere decir:

– Comportarse como si el problema no existiese,
– como si no pasara nada grave,
– como si no hubiese solución,
– como si el problema fuese una nimiedad,
– como si nadie pudiese ayudarnos.

A veces, respondemos así tratando de protegernos, todo lo que nos ayude a no cuestionar nuestra rígida estructura mental parece que nos alivia, pero (siempre hay un pero), evitar es un mecanismo de defensa que no nos resulta nada útil cuando la realidad es que estamos frente a un problema que necesita de nuestra colaboración e implicación, aunque en un primer momento hacer como si no pasara nada nos proporcione sensación de calma, a largo plazo sólo hará que aumentar nuestro malestar y agravar o aumentar nuestros problemas. Como no, Virgile Stanislas usa una buena metáfora para explicar lo absurdo de este comportamiento: “Esta actitud es como la de un niño que cierra la boca en el dentista para que éste no le haga daño. Mientras tenga la boca cerrada, el dentista no podrá curarlo”.Made with Square InstaPic
Virgile explica que en la actualidad hay una mala comprensión de la “ley de atracción”, obviamente si ante un problema pensamos en soluciones nos irá mejor, ahora bien, que no se quede sólo en búsqueda de soluciones, después será necesario que actuemos, que nos movilicemos y hagamos por lograr esas soluciones.
Este error que también solemos usar, está basado en un “pensamiento mágico”: Cuanto más espero a que se arreglen las cosas solas, más largo se hace el problema (y a veces aumenta). Tiene que ver con el dicho común de que el tiempo lo arregla todo, pero lo cierto es que eso no es así, el tiempo es necesario en muchos casos para poder solucionar un problema, una situación concreta como un duelo, una pérdida de empleo, etc., pero el tiempo por sí solo no resuelve nada, somos nosotros y nuestra forma de emplearlo lo que favorecerán o no las soluciones.

 

Si nada cambia, nada va a cambiar

By | Aceptar la realidad, Autoestima, Cuidarse a uno mismo, Locus de control, Rumiación, Solución de problemas | No Comments

Hacía tiempo que no leía un libro tan pequeño y tan útil como el de “No hay problemas, hay soluciones” de Virgile Stanislas Martin, os lo recomiendo.

Después de leerlo, he seleccionado varias partes y de ellas junto con mis reflexiones haré distintos artículos para el blog, espero que os gusten y os resulten tan útiles e interesantes como a mí.

“Cada uno se crea su propia realidad y luego se pasa el tiempo lamentándose de ella.

¿Te has dado cuenta de que si el bizcocho no sube siempre es culpa del horno?

Si es que somos, todos, víctimas inocentes”

 

En psicología, a esta forma de interpretar un suceso la llamamos locus de control externo, (Rotter, 1966), y hace referencia, a cuando una persona percibe que un evento externo ha ocurrido de forma independiente a su conducta. Este concepto, es importante desde el punto de vista de que si una persona piensa que lo que ocurre a su alrededor no depende de él/ella, es posible que no actúe para cambiarlo. La sensación de paralización y de indefensión que genera el sentir que no podemos controlar un evento, nos inhabilita para alcanzar nuestras metas.
A menudo, buscamos a alguien que nos resuelva el problema, “lo necesitamos”, ¿por qué no sube el bizcocho?, pero lo cierto es que el bizcocho ya no va a subir, nadie podrá hacerlo subir, nos quedará sólo aceptar la realidad del mejor modo posible y seguir buscando nuevas soluciones, o simplemente seguir, aceptando que hoy, no hay de merienda bizcocho a no ser que vayamos a comprar uno o hagamos de nuevo otro.
Cambiar la visión, salir del por qué, es lo que Virgile Stanislas llama crecer, o disolver el problema, a veces sólo nos queda esa opción para resolverlo, (el bizcocho, si no ha subido ya, no subirá, qué le vamos a hacer).

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Virgile Stanislas hace uso de muchas metáforas maravillosas, hace un momento nombraba la del bizcocho, también hace un buen uso cuando compara el fuego de una chimenea, con la manera en que las personas interpretamos los problemas y les buscamos soluciones. Explica que las personas solemos caer en dos errores lógicos a la hora de resolver problemas:
1. Saber quién ha encendido el fuego y cómo lo ha hecho no nos ayudará a apagarlo.
2. Si el fuego continúa ardiendo, a veces durante años después de haberse encendido, es porque alguien le va echando leña, y esa persona… eres tú.
La conclusión de estos errores es que si nada cambia, nada va a cambiar: si sigues echando leña al fuego, el fuego no se va a apagar.
Cuando la realidad empieza a no gustarnos, lo primero que solemos hacer es preguntarnos por qué, usamos el primer error lógico.

Este tema suelo hablarlo en mi consulta de psicología, me sigue resultando curioso, pero es enormemente cierto, lo hacemos. Una de las frases más repetidas en los despachos de psicólogos es: ¿por qué?, no lo entiendo.

Cuando algo nos hace sentir mal, algo no nos ha gustado, o algo no ha salido como deseábamos o esperábamos solemos buscar la causa del problema, pensamos que así lo entenderemos mejor y eso nos ayudará a encontrar la solución. Virgile Stanislas explica como la escuela ha influido en ese aprendizaje, en esa manera de hacer que todos tenemos, en matemáticas o en física nos enseñaron que al entender el problema lo resolvíamos, pero amig@s, la vida no es ni física ni matemáticas, no responde a leyes exactas, no siempre sigue el mismo patrón.
Cuando un problema sólo depende de nosotros mismos, (hacer régimen o deporte por ejemplo), cuando sólo nos necesitamos a nosotros mismos para buscar una solución el tema no es tan complicado, ahora bien, cuando hablamos de problemas humanos, de problemas relacionales el tema ya se complica. Nos relacionamos con otras personas, y eso hace que un problema pueda tener repercusiones en otros, o que necesitemos de la aportación de otros para resolverlo.
Virgile Stanislas nos dice que en esos casos, hay que pasar de la lógica analítica y causal a la lógica sistémica e interactiva, o lo que es lo mismo, de nada sirve ir hasta el origen del problema, (quién encendió el fuego y cómo lo hizo), lo importante es preguntarse quién lo mantiene encendido ahora (quién sigue echando leña al fuego) y cómo resolver el tema (cómo apagarlo).2307879
Hace una distinción entre problemas complejos y complicados. Complejos quiere decir compuesto por múltiples elementos, y complicados de difícil resolución.
Virgile Stanislas, nos invita a imaginarnos a una persona que está en mitad de un río, con el agua por las rodillas, y comenta que de nada le va a servir ponerse a reflexionar sobre si el agua sube, si se está hundiendo o si el cauce aumenta. Lo urgente es llegar a la otra orilla, recular no le va a servir de nada. Con este ejemplo nos lleva a otra metáfora: los problemas son como transiciones que nos llevan de una orilla a otra (salvo que el miedo o las dudas nos inmovilicen).
El primer error lógico, (saber quién ha encendido el fuego y cómo lo ha hecho no nos ayudará a apagarlo), nos provoca una parálisis mental: cuanto más intento comprender un problema, menos consigo resolverlo.
La segunda respuesta que solemos tener cuando detectamos un problema es la de buscar un culpable, así no tenemos que responsabilizarnos de nuestra vida, mejor hacemos responsable a otro de los errores, (volviendo al locus de control externo). Aquí entra en juego el etiquetado de la víctima: “¡Yo no he sido!, ¡ha sido él!”, y problema resuelto, que otro se encargue, de este modo, nuestro ego queda bastante intacto, ahora bien, nuestro aprendizaje… limitado. Hay personas que por medio de responsabilizar (o más bien culpar) a otros de sus problemas no los resuelven, (lo/a dejaría, pero… por mis hijos/as, cambiaría de trabajo, pero por mi madre/padre/compañeros de trabajo, etc.), no olvidemos que nuestra vida es nuestra, y si nuestros problemas son humanos, sí o sí tendremos una parte de responsabilidad y una parte por lo tanto en la que poder ejercer cambios.
De nuevo, Virgile Stanislas nos regala otra metáfora para referirse al segundo error lógico, en este caso se trata de la metáfora de la flecha de Buda:
Un hombre es herido por una flecha envenenada. Sus amigos y parientes lo llevan a un cirujano pero el hombre dice: “no dejaré que me quiten la flecha hasta que no sepa quién me ha herido, cuál es su casta, cuál es su nombre, quién es su familia, cuánto mide, de dónde es, con qué clase de arco me ha disparado, qué cuerda y qué pluma usa y de qué manera está hecha la flecha”.
No diremos cómo terminó el hombre… bueno sí, sin respuesta a todas sus preguntas y sin vida, quitar la flecha y curar la herida era la mejor y más útil solución, pero él quiso priorizar otras soluciones
Este segundo error crea un nuevo problema: Cuanto más acuso a los demás, menos acepto la responsabilidad actual de cambiar.