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Centrifugar, el nuevo término para referirse a la rumiación

By | Inteligencia emocional | No Comments

Tengo una paciente muy maja de Madrid que llama a la rumiación centrifugar, me gusta la expresión porque lo cierto es que es un buen símil. Rumiar es como girar y girar en torno a unos mismos pensamientos, retorcer y retorcernos entre todo lo que hay en nuestro interior.
La verdad es que cualquier persona puede identificar algún momento de su vida en la que su conducta con respecto a sus pensamientos fuese la rumiación.

A menudo, cuando los pensamientos nos asaltan y nos avasallan nuestra conducta más habitual es la de «centrifugar», lo que los psicólogos llamamos rumiar, obsesividad, mortificación, inquietud, taciturnidad, tener pensamientos circulares. Lo cierto es que esa es la conducta que nos han enseñado para gestionar nuestros pensamientos, pero no es demasiado adecuada porque no parece tener demasiados buenos resultados. En el lenguaje común rumiar muchas veces implica sopesar o reflexionar, lo que parece una buena forma de tener en cuenta aquello que nos preocupa. Para los psicólogos no es así.
La rumiación se refiere a la clase de pensamiento en la que uno se enfrasca en un pensamiento negativo, repetitivo, prolongado e inútil. Cuando no se piensa en el problema concreto o en las posibles soluciones existentes a nuestro alcance que podrían solucionarlo. Esta forma improductiva de rumiación no sirve de ayuda. Los pensamientos no paran de dar vueltas en nuestra cabeza, no resuelven nada y terminan haciéndonos sentir peor.
Podemos rumiar sobre muchas cosas: emociones negativas; problemas corrientes; acontecimientos estresantes del pasado; desastres futuros…los psicólogos identifican diversas clases de rumiación en las que los temas son diferentes, aunque el estilo de pensamiento siempre es el mismo en cada caso.

Las distintas clases de rumiación existentes son:
1- Rumiación sobre la tristeza y la depresión
– Pensamiento improductivo y repetitivo sobre los sentimientos de tristeza, melancolía y rechazo.
– Mortificarte por lo agotado y apático que te sientes y la causa de que te sientas mal.
– Ponerte nervioso por la terrible situación que sobrevendrá si sigues sintiéndote tan mal.
– Obsesionarte con preguntas sin una respuesta clara, como: “¿Qué he hecho para merecer esto?” o “¿Qué es lo que me pasa?”
2- Rumiación sobre la ira
– Darle vueltas a lo enfadado/a que estás y a la situación o acontecimiento que ha provocado tu enfado.
– Reproducir una y otra vez el incidente en tu cabeza.
– Obsesionarte por lo injusto de la situación y el mal comportamiento de los demás.
– Fantasear con la venganza.
– Tener repetidas discusiones mentales con personas.
3- Rumiación sobre desastres futuros
– Inquietarte por las desgracias que podrían ocurrisrte a ti o a tus seres queridos: enfermedades, accidentes, pérdida del trabajo, fracaso escolar, problemas económicos o de pareja u otras cosas.
– Preguntarte: “Y si…?” e imaginarte escenarios desastrosos a continuación (“Y si me despiden?”)
4- Rumiación sobre problemas actuales o acontecimientos pretéritos
– No parar de repetirte que el problema o suceso estresante fue completamente por tu culpa (aunque no lo fuera).
– Darle vueltas a la idea de que siempre te pasan este tipo de cosas, que eso va a arruinar tu vida y que no puedes afrontarlo.
5- Rumiación sobre las relaciones sociales
– Inquietarte u obsesionarte por tu conducta con los demás, no vayas a decir lo que no debes o parecer tonto u ofender a alguien.
– Reproducir la conversación o interacción en tu cabeza.
– Imaginar sin parar lo que deberías haber dicho o hecho.
– Ponerte nervioso/a por lo que los demás piensen de ti.

La rumiación es una trampa psicológica en la que podemos caer debido a los beneficios inmediatos y a la ilusión de que debería ser útil. Pero el precio es alto. Aunque sea muy perjudicial la ejercitamos. Existen diversos motivos para ello:

  • Creemos erróneamente que rumiar debería ayudarnos. Parece como si en realidad la rumiación nos invita a la resolución de problemas, pero no es así, empeora los estados de ánimo negativos, mina nuestra motivación para actuar de manera constructiva, aumenta la probabilidad de que hagamos cosas de las que luego nos arrepintamos, afecta a nuestra resolución de problemas y mantiene nuestro cuerpo en un malsano estado de tensión.
  • La rumiación proporciona una protección temporal frente a las emociones dolorosas. Cuando alguien ha hecho algo que hiere nuestros sentimientos, rumiar sobre lo mal que se ha comportado esa persona nos hace sentir furiosos, aunque la furia sea desagradable, nos distrae del dolor de nuestros sentimientos heridos.
  • La rumiación nos distrae de la conducta constructiva, aunque difícil. Imagina que eres responsable en parte del episodio en el que tus sentimientos fueron heridos. Quizá la otra parte no sea totalmente culpable. Para arreglar la relación, tal vez fuera necesario sacar el tema y hablar con la otra persona para disculparse o para cambiar de comportamiento. Esto puede resultar embarazoso y doloroso. Mientras permanezcas absorto en la rumiación, no tienes que afrontar la necesidad de hacer algo difícil.

Tenemos que escuchar a nuestra mente, sin duda, y muchas veces tendremos que detenernos a reflexionar y a ordenar nuestros pensamientos, pero es bueno no caer en la angustiosa e improductiva rumiación porque de ella sólo salimos más cansados, más liados aún que antes de empezar y con mayor sentimiento de malestar.
Si algo nos preocupa es bueno preguntarse cuál es el problema, si hoy existe, si hay algo más que nosotros podamos hacer y si es o no nuestro. Una vez identificado el problema ya podremos empezar a contemplar soluciones.

 

A. Baer. Ruth.(2014) Mindfulness para la felicidad. (pp.56-62) Barcelona. Ediciones Urano.